Refugio Verdadero
Esta noche quisiera platicarles del más reciente libro de Tara Brach “Refugio verdadero: Encontrando paz y libertad en nuestro propio corazón despierto”. Después de casi 30 años de estar enseñando meditación y trabajar como psicóloga clínica, Tara describe el “refugio verdadero” como un lugar de paz interior, conexión y libertad que está disponible para nosotros, sin importar los retos a los que nos enfrentemos. Refugio verdadero implica una confianza profunda en la vida y en nosotros mismos.
El libro comienza con una traducción por Daniel Ladinsky del poema Sufi del místico Hafiz:
Me encantaría poder mostrarte
Cuando estás solo o en la obscuridad,
La increíble luz
De tu propio ser.
Una de las razones por las que nos reunimos aquí los lunes en la tarde es para recordar y reafirmar lo que algunos llaman nuestra “naturaleza Buda”, la luz divina dentro de todos los seres vivientes. Añoramos conectarnos con el refugio de la luz interior, y cuando nos sentimos alejados de ella, sufrimos.
El Buda utilizaba la palabra en Pali “Dukkha” para referirse al dolor inevitable, al estrés emocional, a la insatisfacción, ansiedad, frustración y malestar que los humanos experimentamos en la vida. Tara describe que nuestro sufrimiento conlleva una sensación subyacente de estar solos, inseguros y llenos de defectos. De acuerdo con el Buddha, estamos condicionados para sentirnos separados e inseguros de nuestra incapacidad de controlar los cambios inevitables de la vida.
Pero el Buddha y otros maestros espirituales han demostrado que sí nos es posible encontrar el refugio verdadero cuando nos detenemos aquí y ahora para reconocer el espacio de conciencia que hay detrás de estar “siempre ocupados”. Cuando nuestros corazones se abren al amor y cuando nos sentimos conectados a la innata claridad de nuestra verdadera naturaleza, estamos en casa en donde quiera que estemos.
Me siento en casa cuando estoy en total presencia de lo que experimento. En estos momentos, me siento viva, despierta y completa. El verano pasado, cuando Mark y yo estábamos enseñando un curso en California, tuvimos la oportunidad de participar en un ritual con nuestros estudiantes. Nos reunimos en un bosque de secoyas muy altas alrededor de un cable largo que estaba en el suelo con un diseño de espiral. Uno por uno, tomamos turnos caminando en atención plena desde la parte externa del espiral al centro del diseño. El grupo presenciaba silenciosamente el peregrinaje de cada uno. En el momento que entré en el camino del espiral, todos mis sentidos se abrieron. Vi patrones de agujas verdes dispersas que cubrían el suelo, olí su fragancia, y sentí los piquetes y como se pegaban a la plantas de mis pies descalzos. Mis oídos detectaron el sonido silbante y suave de cada paso, y mis piernas se movían sin esfuerzo en un ritmo lento y constante.
Cuanto más cerca estaba de la parte interna del espiral, más sentía la poderosa energía que emana de los nobles y gentiles árboles y el apoyo constante que venía del círculo de testigos humanos atentos. En el centro, me arrodillé en la tierra y sentí una inmensa gratitud por la belleza de la naturaleza y por la perfección de ese mismo momento. Conforme iba retomando mis pasos, mis labios se curvaron naturalmente en una sonrisa de bienestar. A pesar de que la duración del ritual fue breve, medida por la hora del reloj, experimenté la intemporalidad y apertura de corazón del verdadero refugio.
Tenemos la tendencia a llenar nuestras vidas con lo que Tara llama los “refugios falsos,” que proporcionan comodidad y seguridad durante períodos breves y que con el tiempo causan más sufrimiento. Muchos de nosotros tomamos refugio en mantenernos ocupados, en el esfuerzo por siempre ser mejores, o en el cuidado de los demás. Podemos estar tentados a perseguir la riqueza, el éxito o el elogio. En nuestros esfuerzos por evitar el dolor emocional, podemos buscar consuelo en las adicciones al alcohol, a comer en exceso o a las redes sociales.
Los refugios falsos intensifican las dudas y tensiones que nos impiden saborear el momento presente o dormir en paz. Cuando llega una crisis, nos damos cuenta de que los falsos refugios no nos protegen del dolor de la pérdida y la separación. Hace unas semanas, observé una interacción en un Hospicio de Houston que ilustra la debilidad de los falsos refugios:
Mientras estoy tocando música suave junto a la cama de Carlos, su hermana Carolina irrumpe en la habitación e, ignorándome, lo sacude por los hombros, tratando de despertarlo de su coma. Cuando él tose ruidosamente, ella nerviosamente salta lejos. Imperiosamente me da órdenes: “Siga tocando música para él”, y corre a buscar a una enfermera. La enfermera llega y trata de explicar que el paciente no responde, pero que está descansando tranquilamente. Carolina agarra de nuevo a Carlos, esta vez por la cabeza, volteando la cara hacia ella. En voz alta, ella exige, “¡Mírame! Es tu hermana que te visita.” Sin abrir los ojos, él tose y escupe. La reacción de Carolina es: “No puedo más! Póngale más música. Me voy.”
Después de que la hermana de Carlos sale de la habitación, la enfermera y yo intercambiamos miradas de alivio. Me siento triste y enojada de presenciar el trato inhábil a una persona que está muriendo, e intento también de sentir un poco de compasión por Carolina, cuyo corazón está demasiado bloqueado para aceptar que, después de tres años de cáncer de cerebro, su hermano de 55 años de edad, está en el umbral de la muerte. En lugar de estar presente con sus temores sobre la muerte y con la dolorosa verdad que ella nunca volverá a escuchar la voz de su hermano, Carolina se esconde detrás del falso refugio de tratar de controlar lo que no se puede controlar.
Tara se refiere a la “ley budista:” la verdad de cómo son realmente las cosas. Hasta que nos desprendemos de la manipulación de nuestras experiencias, y hasta que nos rendimos a confiar en las olas de la vida desplegándose tal cual son, no podemos entender la naturaleza de la realidad. Debido a que es más difícil estar presente en medio de circunstancias dolorosas, nos ayuda practicar la presencia plena en momentos de calma, estableciendo gradualmente una base de estar presentes.
La meditación guiada con la que termina el primer capítulo de Tara es ideal para la presencia plena a través del cuerpo:
Siéntate cómodamente y cierra los ojos. Comienza con tres respiraciones conscientes. Inhala larga y profundamente, llenando los pulmones, luego exhala lentamente, sintiendo las tensiones en el cuerpo y la mente y suavemente dejándolas ir. Invita tu atención a recorrer todo tu cuerpo. Imagina tu forma física como un campo de sensaciones. Siente el movimiento y la calidad de las sensaciones de hormigueo, vibración, calor o frío, duro o blanda, firme o fluido. Toma unos minutos para llevar toda tu atención a este baile de sensaciones.
Ahora deja que tu conciencia se abra hacia el espacio a tu alrededor. Imagina que recibes una sinfonía de sonidos, dejando que fluyan a través de ti. Intenta escuchar el cambiante juego de sonidos, no sólo con los oídos sino con toda tu conciencia. Toma unos minutos para poner atención plena a la escucha de los sonidos.
Manteniendo tus ojos cerrados, deja que tu conciencia reciba el juego de las imágenes y de la luz en los párpados. Puedes notar un parpadeo de formas, sombras o figuras de luz. Toma unos minutos para atender. Nota tu aliento y siente el espacio a tu alrededor, se receptivo a cualquier olor que pueda estar en el aire. Descubre lo que es oler y recibir los olores que te rodean.
Ahora deja que todos los sentidos estén bien abiertos, el cuerpo y la mente relajada y receptiva. Permite que la vida fluya libremente a través de ti. Siente tu experiencia de momento a momento. Observa el flujo cambiante de sensaciones, sonidos, vitalidad, y toda la presencia que está aquí. Déjate gozar de este espacio interior de la presencia plena. Cuando termines, nota la posibilidad de estar atento y con la conciencia abierta a cualquier cosa que hagas después. Poco a poco abre los ojos, y estar aquí ahora.